Había un hombre sentado en la esquina de una calle, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera que, escrito con tiza blanca, decía:
“Por favor, ayúdame, soy ciego”.
“Por favor, ayúdame, soy ciego”.
Una mujer que iba de camino al trabajo se detuvo frente a él, leyó el letrero y se quedó pensativo. Observó que sólo había unas cuantas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso, cogió el cartel, le dio la vuelta, tomó una tiza y escribió otra frase en la parte de detrás.
A continuación volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego, y se marchó sin decir una palabra.
Luego la mujer volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna.
Su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido ella quien había cogido su cartel y había garabateado en él.
“¿Qué es lo que usted ha escrito o pintado en mi tabla?”, le preguntó con curiosidad el invidente.
La mujer le contestó:
“Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, aunque está expresado con otras palabras”. y continuó su camino.
El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel rezaba:
"Es un hermoso día y no puedo verlo”.
"Es un hermoso día y no puedo verlo”.
La moraleja de esta historia nos dice: hay que cambiar de estrategia cuando no nos sale algo bien. Da una vuelta a tu pensamiento y obtendrás un resultado mejor.
En pocas palabras se encierran tan sabias enseñanzas de vida, asertivas lecciones de estima, de solidaridad, de compasión y comprensión. Cuando nos ponemos los zapatos del otro podemos saborear la paga de la sencillez con grandes sentimientos y emoción por hacer lo que realmente se debe y que pocos lo logran concretar con acciones contundentes. Ojalá el decir se convierta en hacer.
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